El estigma socializado de la salud mental
¿Quién no ha escuchado alguna vez algo como: “¿Vas al psicólogo? ¡Pero si tú no estás loco!”? ¿O quién no ha pensado alguna vez “yo no necesito terapia, no estoy enfermo”? Estas son actitudes estigmatizadas de una realidad muy diferente a la que vivimos cada día. Y es que en una sociedad donde parece que cada minuto es un importante periodo productivo, no hay tiempo para descansar y, a pesar de que nuestra salud mental está expuesta al deterioro, aún estamos demasiado ciegos para valorarla suficiente.
Las palabras “terapia” o “psicólogo” pueden estar cargadas de implicaciones que no siempre son congruentes con su condición clínica. Muchas veces, por desconocimiento, una persona que quiera ir al psicólogo es prejuzgada, pasando ésta a una posición de inferioridad por un supuesto defecto humano que nos han mostrado tan estereotipadamente en la cultura popular. Pero el defecto solo está en quien se rinde ante el problema y no en el que busca una solución y es que hoy en día un problema de ansiedad, estrés o incluso de autoestima podrían volverse incapacitantes, pero con una actitud positiva y la ayuda adecuada, hasta enfermedades como la depresión mayor, la bipolaridad o la esquizofrenia pueden llegar a controlarse y permitirnos una vida perfectamente libre.
Lo importante, después de todo, es sentirse sano. Y ya en época romana se decía lo de “Mens sana in corpore sano” porque para crecer como persona es vital el equilibrio entre la salud mental y la salud física. Tenemos claro que los médicos son una buena opción para tratar problemas de salud física, pero ¿porque no lo tenemos tan claro para cuidar nuestra salud mental? Libros de autoayuda, fármacos o incluso el famoso coaching son opciones que se barajan antes de ir al psicólogo, pero nadie puede imaginarse que para, por ejemplo, un esguince, intentemos solucionarlo leyendo un manual de primeros auxilios o tomando antiinflamatorios sin ninguna consulta ni receta médica. Cuando vamos al psicólogo vamos a hablar con un profesional que ha estudiado para entender nuestro problema, ayudarnos a alejar pensamientos negativos y a comprender nuestros comportamientos, y trasladarnos a un lugar donde podamos reflexionar y solucionar nuestros problemas sin sentirnos juzgados. No hay que temer el admitir un problema, una preocupación, un defecto o simplemente querer mejorar, pues como dijo Freud “El miedo es un sufrimiento que produce la espera del mal”.
A estas alturas te preguntarás “¿Pero entonces, qué es la salud mental?”. La salud mental se define como bienestar emocional, psíquico y social. Y para evaluarla, realmente hay un amplio abanico de síntomas algunos más vistosos y/o estereotípicos, pero ¿cuántas veces hemos dejado de saborear la comida por preocupaciones excesivas? ¿Cuántas veces habremos contestado de malas maneras a alguien sin este merecerlo? ¿Cuántas veces nos habremos quedado en cama o en casa por no sentirnos con fuerzas de nada? Estos son ejemplos del día a día que a todos nos pueden pasar y que reflejan tan claramente nuestra salud mental como el dolor de muelas puede avisar de una caries, y es que, si para disfrutar el momento dependo de que todo vaya a la perfección ¿acaso soy libre? Si me comporto de otra manera ante mis frustraciones, ¿sé quien soy en todo momento? Y si mi vida me provoca apatía y desgana ¿estoy haciendo lo correcto con ella? Sin duda, no creo que nadie quiera ser esclavo del contexto, desconocer su propia identidad ni vivir una vida que no quiere, y ya lo dijo Pío Baroja “El contagio de los prejuicios hace creer muchas veces en la dificultad de las cosas que no tienen nada de difíciles”. E ir al psicólogo no es ardua tarea cuando somos conscientes del problema, pero puede volverse una odisea cuando dependemos de la decisión de otras personas o nos dejamos llevar por el miedo al qué dirán.
A todo esto, no nos podemos olvidar de los más vulnerables. Es importante enfatizar que, a diferencia de los adultos que gozan de mayor estabilidad a causa de la madurez, los niños están en pleno proceso de crecimiento y de cambio constante. A su vez, están expuestos a la decisión de sus padres o tutores, y pueden sufrir injustamente los prejuicios de estos, dando pie al desconsuelo del menor que ve sus problemas como algo irresoluble o normal y que sufrirá unas consecuencias más que evitables. Ante esta situación, sean problemas de carácter emocional, cognitivo o social, un psicólogo infantil es capaz de guiarle para solventar sus problemas, potenciar sus posibilidades y, en definitiva, mejorar tanto su presente como su futuro. Esto contrasta con la realidad que muchos padres infunden a sus hijos del “psicólogo como castigo”, con frases típicas como “si no te portas bien te llevaré al psicólogo”. Conductas que no hacen más que mancillar una alternativa muy saludable y que pueden provocar injusticias sobre los niños que sí recurren a esta opción. Al final, como escribió el autor Austin O’Malley “Una rosa obtiene su color y fragancia de la raíz, y el hombre su virtud de su infancia.” Y está en la mente de un niño, y no en el de la sociedad, la posibilidad de mantenerse vivo, libre y único. Seamos conscientes de ello.
“Si cierras los ojos ante los problemas, estos no desaparecen, solo te vuelves más vulnerable.”
Víctor Felipe Carrasco
Estudiante de Psicología en prácticas
en Centre de Diagnòstic Tarragona