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¿Qué podemos hacer cuando los niños no quieren comer o comen mal?


“Esto no me gusta”, “Ya no quiero más”, “No tengo hambre…” Estas son algunas de las frases de las que los padres suelen quejarse relacionadas con la alimentación de sus hijos.


Todos los padres se ocupan y preocupan porque sus hijos estén bien alimentados y sanos, lo que a veces se convierte en una batalla entre progenitores y niños sobre qué y cuánto comer, dónde hacerlo y cómo. Suelen ser tan frecuentes estas peleas en las familias con niños pequeños que muchos padres terminan por dudar sobre qué pautas deben seguir al respecto.


Así, cuando determinadas dinámicas o rutinas se consolidan en un intento porque los más pequeños coman, nos encontramos con niños que prestan características como: les cuesta sentarse a comer, comen a regañadientes, se suelen dejar comida en el plato, se les tiene que insistir para que coman, necesitan estar distraídos para comer (móvil, tableta, cuentos, …), solo comen determinados alimentos (pastas, purés, …), exigen que todo lleve un aderezo (mahonesa, tomate,….), comen demasiado rápido para irse a jugar, picotean demasiado y no quieren comer cuando toca. Todas estas dinámicas suelen generar preocupación y malestar en los padres, que terminan estando constantemente pendientes de los niños para asegurarse de que están bien alimentados.


Para evitar que comportamientos como los señalados se conviertan en una constante en el día a día de las familias, es importante promover unos hábitos de alimentación sanos. Algunas de las recomendaciones que según Baile y González (2016) pueden ayudar a los padres a implementar estos hábitos son:


  • Establecer unas reglas claras a la hora de las comidas a seguir por todos los miembros de la familia. Realizar las principales comidas del día a la misma hora, sentados y en lugares apropiados. También comer sin distracciones (por ejemplo, sin televisión, ordenador, tableta, etc.)

  • Implicar a los niños, teniendo en cuenta su edad, en la compra y preparación de los alimentos. Si se les hace participar en todo el proceso desde que se compra el alimento hasta que se sirve en el plato será más fácil que lo vea como suyo y tenga ganas de comerlo.

  • Ofrecer un tiempo prudencial para que los niños se preparen para comer. Se debe tener en cuenta que los niños comen más despacio que los adultos, y a veces deberemos adaptarnos a su ritmo dentro de unos límites.

  • Crear un ambiente agradable alrededor de las comidas. Se trata de asociar la hora de comer a sensaciones agradables. Se puede aprovechar ese espacio para hablar en familia de temas que no generen conflictos.

  • Acostumbrar a los niños a los diferentes sabores. Es importante realizar menús variados, animar a los niños a que prueben los diferentes alimentos, y no transmitirles nuestras “manías” a determinados sabores.

  • Educar en el control de las sensaciones de apetito y saciedad. Se recomienda comer despacio hasta sentirse saciado, no hasta que esté el plato vacío.

  • Servir en el plato la cantidad que suele comer el niño. Solo darle más cantidad cuando se ha comido lo que habitualmente se le pone en el plato o cuando la pida.

  • Conocer y controlar en la medida de lo posible lo que come el niño fuera de casa.

  • Utilizar complementos farmacéuticos únicamente cuando lo recomiende un especialista.

  • Permitir excepciones. Si bien la “comida basura” no debe formar parte de la alimentación habitual de los niños, se les puede permitir en determinados actos sociales (cumpleaños, fiestas, etc.). Poder comerlos en esas situaciones les puede ayudar a sentirse integrados.










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