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La agresividad en la infancia y la adolescencia



La agresividad es una característica que en su día fue crucial para la supervivencia de la especie. Se trata de una cualidad que en los primeros tiempos permitió al ser humano adaptarse al medio y le otorgó una clara superioridad frente a otras especies. Con el tiempo las personas hemos desarrollado otras características más adaptativas (el lenguaje, la comunicación no verbal, etc.) y las conductas agresivas han quedado en un segundo plano, aunque no han desaparecido por completo.


En los niños la agresividad puede aparecer a edades muy tempranas, como una reacción defensiva o como consecuencia de un enfado momentáneo. Así, es frecuente observar en niños de uno o dos años, comportamientos como coger del pelo, morder o dar manotazos. Todavía no saben expresar lo que quieren o sienten con palabras, y a veces pueden manifestar su enfado mediante estas conductas.


Más adelante, en situaciones más intensas, hay niños que cuando se enfadan tienden a inhibirse, otros son capaces de expresar su frustración con palabras, y otros responden pegando con las manos, empujando o gritando. Lo que determina que este tipo de conductas agresivas están dentro de la normalidad es:


  • Que el niño no siempre reaccione con agresividad cuando se enfada, que tenga un repertorio de respuestas variado.

  • Que los comportamientos agresivos sean mínimos y vayan desapareciendo con el paso del tiempo.


En la adolescencia, los factores determinantes que explicarán las conductas agresivas extremas generalmente provienen de la conjunción entre las etapas evolutivas y las reacciones y consecuencias en el entorno del niño.


¿Qué pautas se recomiendan para gestionar comportamientos agresivos en niños y adolescentes?

  1. Evitar dar explicaciones cuando se da la conducta agresiva. En ese momento los niños no escuchan, están centrados en sí mismos y cualquier cosa que se les diga les puede sentar mal y acrecentar el conflicto.

  2. No interactuar con el niño/a mientras se muestre agresivo/a. Se trata de que asocie el aislamiento a la agresividad. Necesitan desahogarse, de ahí que sea vital no entrar al trapo, es importante que se vean forzados a buscar alternativas a la agresividad para encontrar una solución al problema.

  3. Establecer unas consecuencias claras asociadas a las conductas agresivas. Se interrumpirá la actividad que se esté realizando cuando sea algo que le guste, o se suspenderán inmediatamente actividades que se estén a punto de hacer si le gustan. No es necesario añadir nuevos castigos si se utiliza esta medida. La idea es que se asocie la agresividad a las consecuencias negativas que conlleva al momento.

  4. Enfatizar la idea de que cuando se está tranquilo, uno puede conseguir que lo escuchen, solucionar las quejas y tener un funcionamiento normal en casa. Se trata de reforzar los comportamientos adecuados, de que se comprenda que el diálogo y la escucha son las únicas vías para conseguir las cosas.

  5. Evitar verbalizaciones que lleven a pensar en un comportamiento que nunca cambiará o en una forma de ser permanente. Comentarios como “eres malo” o “no quieres a nadie” únicamente refuerzan la idea de que se comportan así porque son de esa manera, y no van a poder cambiar.


Los niños o adolescentes agresivos suelen ser vistos como niños negativos, dañinos y que tienen malas intenciones. Tanto ellos mismos como los demás terminan identificando sus conductas con lo que son, “eres malo porque pegas cuando te enfadas”. Para poder ayudarles es muy importante evitar las etiquetas, no convertir un comportamiento inadecuado en una cualidad.



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