¡Ayuda! Tenemos un adolescente en casa
La adolescencia es una de las etapas del desarrollo que más estrés genera a los padres. Los hijos pasan por un momento complicado, en el que la rebeldía, el inconformismo y la crisis de identidad multiplican los conflictos y enfrentamientos.
Desde un punto de vista psicológico, la adolescencia es una etapa del desarrollo en la que se produce la maduración de la personalidad y la búsqueda de una nueva identidad. Se trata de una crisis de crecimiento, ya que supone un periodo de transición y adaptación de la infancia a la edad adulta.
Teniendo en cuenta esta información, y los cambios a nivel social y cultural que se han dado desde que nosotros mismos éramos adolescentes hasta el momento actual, es importante conocer qué es lo normal y qué no. Estar preparados e informados nos ayudará a afrontar y acompañar a nuestros hijos en esta etapa de la vida.
¿Qué cambios psicológicos se consideran normales en la adolescencia?
Oposición. Necesitan autoafirmarse, formar una identidad diferente a la de los padres, de ahí que dejen de tenerlos como referentes y se centren en el grupo de amigos.
Inestabilidad emocional. A veces cualquier comentario puede alterarles y otras parece que no tengan sentimientos.
Imaginación. Sueñan, lo que se constituye en una manera de transformar la realidad en la que viven, y ante la que pueden pensar que no están preparados. Imaginan un futuro como modelos, futbolistas, actores…
Narcisismo. Le dan mucha importancia a su aspecto físico, quieren estar perfectos, y es probable que su sentido de la estética no tenga nada que ver con el nuestro.
Crisis de originalidad. A nivel individual esta crisis se manifiesta desde la necesidad de ser diferente y especial. En lo social, se sienten poco comprendidos por el adulto, y tienden a identificarse con su grupo de iguales, hacer piña como una forma de participación en la sociedad, y de recibir un afecto y consideración que necesitan.
En este contexto, son frecuentes los sentimientos de inseguridad y angustia. Es frecuente que la madurez física no se corresponda con la emocional, de ahí que no se reconozcan en su propio cuerpo y se sientan inseguros. Se frustran constantemente, no tienen claro su papel y eso les genera angustia y malestar emocional.
¿Cuándo debemos preocuparnos y buscar ayuda profesional?
Cuando las manifestaciones de bajo estado de ánimo, irritabilidad, rebeldía…. son exageradas.
Cuando el adolescente sufre y hace sufrir a los demás.
Cuando se altera su funcionamiento cotidiano.
¿Qué podemos hacer para favorecer el paso de nuestro hijo por esta etapa y evitar conflictos?
Informar y hablar abiertamente sobre aquellas conductas de riesgo a las que puede estar expuesto (sexo, alcohol, drogas, etc.)
Ser empáticos, ponernos en su lugar antes de juzgar.
Respetar su privacidad en la medida de lo posible. Esto es, siempre que no haya motivos de preocupación intentar respetar su espacio.
Supervisar sin agobiar. Es recomendable crear una rutina para hablar sobre con quien se relaciona o como localizarle en caso de necesidad.
Respetar sus silencios, no presionar cuando no quiere hablar. Mantenernos receptivos y recordarle que puede contar con nuestro apoyo.
Escucharle con atención. Cuando nos expliquen algo, demostrarle que se le atiende, hablar de lo que les interesa para aumentar su receptividad a los temas que también nos interesan a nosotros.
Establecer normas y límites adecuados, a través del diálogo para favorecer su aceptación y cumplimiento. Se trata de negociar, explicar el porqué de las decisiones tomadas, y dejar también claras las consecuencias de sus actos. Es importante dar libertad y autonomía según la responsabilidad demostrada.
Criticar y elogiar. Esto es, “pillar” a nuestro hijo haciendo cosas bien, reconocerle el comportamiento adecuado. También corregir sin ironía, dejar claro lo que no nos ha gustado que haga, y el comportamiento deseado. En este aspecto, es muy importante no compararlos ni con nosotros mismos ni con otros.
Compartir tiempo. Dedicarle tiempo, compartir alguna actividad de ocio (acompañar a un partido, ir de compras, ver una película, etc.) favorecerá la comunicación y el acercamiento padres-hijo.
Las personas y las épocas cambian. Nuestra función como adultos es acompañarlos en una etapa de transición por la que nosotros también hemos pasado. Guiar fomentando la independencia, poner límites sin anularlos, estar a su lado y no encima. Cada uno desde su rol pero todos en la misma dirección, se trata de ayudarles a crecer.